“la casa de las conversas y el secreto de la puerta azul” – reseña de Rafael Sánchez Escobar

Luz González Rubio
La casa de las conversas. El secreto de la puerta azul
Ed. Huerga y Fierro, Madrid

“La casa de las converas y El secreto de la puerta aul”

Esta novela de mi paisana Luz González (entre Belmonte y Villaescusa media tan poca distancia geográfica y tanta similitud histórico y artística que no merece la pena considerarlos lugares diferentes) ganó en el año 2015 el premio de novela Cuenca Histórica y fue editada por Huerga y Fierro. De manera muy merecida. Como trato de
explicar a continuación.

El valor simbólico de la “casa” que titula y contextualiza buena parte de la obra va mucho más allá de ese concepto, tan extendido ahora y aún tan necesario de la “sororidad”. Es un espacio de libertad de pensamiento, de ética, de caridad bien entendida (la que no va en detrimento) de la justicia, un genuino respiradero en tiempos de intolerancia de cuyos efectos se benefician por igual oficiales de paso de cualquier trabajo humilde, mendigos o niños abandonados.

Catalina, su “líder espiritual” y fundadora es hija trágica de un pogromo de judíos. Y por eso quizá los suyos no pueden entender su conversión. Que no se rige por motivos pragmáticos de supervivencia (que serían completamente legítimos) sino por una filosofía que es una suerte de “deísmo” (mucho tiempo antes de que se acuñara el término) en que la ética se sobrepone a la creencia y se considera que cualquier credo ideológico es básico porque conduce a la misma esencia de la divinidad.

Compartimos con ella su rebeldía contra lo ilógico a nivel humano y biológico (como cuando se atreve a alzar la voz contra la obligación al celibato de los eclesiásticos) y su nostalgia de tiempos anteriores a la existencia de la Inquisición en que era factible una convivencia más abierta entre las diferentes culturas y la hibridación entre lo profano y lo religioso (como demuestran aquellos poetas de cancionero que comparaban su pasión erótica con la de los santos o Cristo, o redactaban “misas de amor”… hechos del todo imposibles en la España posterior al matrimonio de Fernando e Isabel).

Hereda su espíritu su “nieta” Sarita, mujer culta, valiente y resolutiva hasta para emprender sus propios errores (sobre todo en el plano sentimental), dueña de una energía que su propia madre (Sara) no fue capaz de imitar ni de Catalina ni de ella misma, que sigue ejerciendo su rol “incómodo” de señalar lo incomprensible (por ejemplo, que la higiene personal se tenga por una frivolidad de árabes y judíos pero no digna de buenos cristianos) y el final de cuya historia personal (su ingreso en un convento) no es, como pudiera suponerse, una “claudicación” sino un acto de voluntad dirigido al respeto y la memoria de esa “casa” que se había convertido en hito de una manera avanzada de entender el mundo que su tiempo no fue capaz de entender y valorar (porque nunca desapareció el estigma de “conversa” y toda su carga peyorativa). Cualidades que, tristemente, tampoco le sirven para esquivar la tenaza del machismo. Como demuestra el hecho de que, pese a su idéntico origen, su destino personal sea muy diferente al de su propio hermano (con quien le uno un nudo afectivo mucho más complejo que el simple cariño filial), nada menos que Diego Ramírez de Villaescusa, que consigue superar los condicionamientos de su llegada al mundo (hijo ilegítimo de madre conversa) para convertirse en una primera figura histórica con calado simultáneo en lo histórico, lo religioso y lo cultural.

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No puedo despedirme para simplemente recomendaros la lectura de la novela sin resaltar un hecho importante. Esta es una novela fruto no solo del talento y del placer de narrar, sino de una exigencia que demuestra estudio y documentación. De otra manera no hubiera sido posible levantar un perfil como el de Catalina, buena conocedora de los textos bíblicos y a la vez la tradición y la simbología mística hebrea y en general de todo el pálpito de su época con el “sabor” que aportan los textos de lírica popular y la infinidad de apuntes sobre tradiciones, personajes, hechos históricos, costumbres y otro sinfín de elementos que traman la sensación de verosimilitud que justifica a todo mundo de ficción.
Y dicho esto… léanla. Entren sin miedo por el portalón de la casa de las conversas y siéntase exacta y puntualmente como quisieron sus artífices: un ser humano sin condicionamientos de época, ideología o raza.

Rafael Sánchez Escobar

Sobre Diego Ramírez de Villaescusa y Luz González, por Amador Palacios en Diario.es, 26 de Noviembre, 2023.

Luz González ha publicado varias novelas, la mayoría de ellas en la editorial madrileña Huerga & Fierro. Ha vivido y trabajado en Estados Unidos, en Países Bajos y en Madrid, como periodista y profesora, y actualmente reside en Cuenca capital. Dos de sus novelas, ‘La Casa de las Conversas y el secreto de la puerta azul’ y ‘Querido hermano’, tratan, entre otras cosas, de Diego Ramírez y de su pueblo. La primera reproduce los cuadernos de tres mujeres, Catalina, Sara y Sarita, abuela, madre y nieta, aunque no son entre ellas familia carnal. La primera es una judía sabia, antes llamada Judith, guarecida en Villaescusa después de huir de Toledo cuando las cosas se pusieron feas antes de la expulsión, haciéndose cristiana mas conociendo los arcanos hebreos, y siempre rodeada de las otras dos. 

Catalina enseña a Diego y Sarita, hermanos de leche, y hermanos de verdad, los números y el abecedario, y “a leer y a sumar con las letras de sus nombres”, según la tradición judía. Diego siempre llamaba madre a Catalina. En la novela se manifiesta el sincretismo en el modo de la doctrina que movió a Diego Ramírez, influido por fray Hernando de Talavera, su maestro y amigo, tan comprensivo. Catalina evoca el tiempo de Diego como canónigo en Jaén, y escribe que los dos animaban a los moros a cantar en la iglesia acompañándose de sus instrumentos musicales para tocarlos en la misa: “De esta manera las misas se convertían en fiestas y celebración de la comunión verdadera de los hermanos.” 

La convivencia de estas tres mujeres en la casa de las conversas, así la llamaban en el pueblo (sólo había una conversa), es gran ejemplo de honradez, de caridad, haciendo siempre lo adecuado, lo no dañino. En esa casa se da trabajo, tejiendo, a las mujeres abandonadas que lleva el cura, don Senén. Se exporta lana a Europa. Catalina, como judía, cultiva el préstamo, mas sin dinero: Yo te presto diez huevos y tú me devuelves una docena. Catalina, sabía judía, Sara, pragmática, y Sarita, libre y sabia como su abuela: doctas mujeres. Diego Ramírez, tan mundano, envidia esta serenidad rural, esta manera tranquila de acertar, sin la soflama de la corte hipócrita que trató.

El ‘summun’ de la ficción, casi siempre atenida a hechos históricos, la lleva Luz González al extremo infalible de transcribir los encuentros entre los hermanos apócrifos (cuando muere Diego Ramírez, Sara se hallaba con él en Cuenca), y reproducir las cartas que se intercambian. ‘Querido hermano’ es un epistolario cronológico: cartas de Diego desde Flandes, desde la corte de Castilla, desde Valladolid, desde Tordesillas, desde Roma. Las de Sara en todo momento desde Villaescusa. Esta ficción sabrosa, tan bien llevada, construye una sólida realidad, superior a lo que fue el mundo, el estricto acaecer de la existencia de Diego Ramírez.