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Sobre Diego Ramírez de Villaescusa y Luz González, por Amador Palacios en Diario.es, 26 de Noviembre, 2023.
Luz González ha publicado varias novelas, la mayoría de ellas en la editorial madrileña Huerga & Fierro. Ha vivido y trabajado en Estados Unidos, en Países Bajos y en Madrid, como periodista y profesora, y actualmente reside en Cuenca capital. Dos de sus novelas, ‘La Casa de las Conversas y el secreto de la puerta azul’ y ‘Querido hermano’, tratan, entre otras cosas, de Diego Ramírez y de su pueblo. La primera reproduce los cuadernos de tres mujeres, Catalina, Sara y Sarita, abuela, madre y nieta, aunque no son entre ellas familia carnal. La primera es una judía sabia, antes llamada Judith, guarecida en Villaescusa después de huir de Toledo cuando las cosas se pusieron feas antes de la expulsión, haciéndose cristiana mas conociendo los arcanos hebreos, y siempre rodeada de las otras dos.
Catalina enseña a Diego y Sarita, hermanos de leche, y hermanos de verdad, los números y el abecedario, y “a leer y a sumar con las letras de sus nombres”, según la tradición judía. Diego siempre llamaba madre a Catalina. En la novela se manifiesta el sincretismo en el modo de la doctrina que movió a Diego Ramírez, influido por fray Hernando de Talavera, su maestro y amigo, tan comprensivo. Catalina evoca el tiempo de Diego como canónigo en Jaén, y escribe que los dos animaban a los moros a cantar en la iglesia acompañándose de sus instrumentos musicales para tocarlos en la misa: “De esta manera las misas se convertían en fiestas y celebración de la comunión verdadera de los hermanos.”
La convivencia de estas tres mujeres en la casa de las conversas, así la llamaban en el pueblo (sólo había una conversa), es gran ejemplo de honradez, de caridad, haciendo siempre lo adecuado, lo no dañino. En esa casa se da trabajo, tejiendo, a las mujeres abandonadas que lleva el cura, don Senén. Se exporta lana a Europa. Catalina, como judía, cultiva el préstamo, mas sin dinero: Yo te presto diez huevos y tú me devuelves una docena. Catalina, sabía judía, Sara, pragmática, y Sarita, libre y sabia como su abuela: doctas mujeres. Diego Ramírez, tan mundano, envidia esta serenidad rural, esta manera tranquila de acertar, sin la soflama de la corte hipócrita que trató.
El ‘summun’ de la ficción, casi siempre atenida a hechos históricos, la lleva Luz González al extremo infalible de transcribir los encuentros entre los hermanos apócrifos (cuando muere Diego Ramírez, Sara se hallaba con él en Cuenca), y reproducir las cartas que se intercambian. ‘Querido hermano’ es un epistolario cronológico: cartas de Diego desde Flandes, desde la corte de Castilla, desde Valladolid, desde Tordesillas, desde Roma. Las de Sara en todo momento desde Villaescusa. Esta ficción sabrosa, tan bien llevada, construye una sólida realidad, superior a lo que fue el mundo, el estricto acaecer de la existencia de Diego Ramírez.