“MUJERES EN LA HISTORIA DE CUENCA. LAS OLVIDADAS DEL CALLEJERO”

Mujeres en la historia de Cuenca. Las olvidadas del callejero viene a ser la continuación de mi libro anterior, titulado Mujeres del callejero de Cuenca. Aquel contenía treinta capítulos que trataban de cada una de las mujeres, nacidas en Cuenca o relacionadas con la ciudad, cuyos nombres figuraban en el callejero en abril del año 2023, fecha en que fue publicado.

Cuando busqué información para el libro citado, me encontré con la presencia de estas otras mujeres cuyos nombres no figuraban en el de las calles de la ciudad y vi la necesidad de rescatarlos para la historia de la ciudad en el presente volumen, que subtitulo Las olvidadas del callejero. Para título he preferido ponerle otro más genérico en previsión de los cambios que puede haber en los nombres de las calles. Esperemos que los cambios reparen esa gran ausencia de nombres de mujeres en nuestras calles. Afortunadamente, hoy ya nadie discute que nuestra historia es patriarcal y machista. Quizá haya trasnochados que todavía no vean o no quieran ver la necesidad de reivindicar la memoria de esa mitad de nuestra sociedad que ha sido olvidada secularmente. Sin embargo, pese a los intereses patriarcales, avanzamos en el camino de la igualdad en todos los campos. Nos faltan modelos, es verdad, por eso considero importante rescatar el protagonismo de estas mujeres para que podamos verlas como referentes femeninos en nuestra vida cotidiana.

Desde luego, no todas las mujeres que aparecen en el libro creo que merezcan idéntico reconocimiento, ni que sea necesario que todos sus nombres pasen a ser el de alguna calle conquense. Si bien, algunas ya los tienen en sus respectivas poblaciones de la provincia. Poe ejemplo, las tenidas por santas o venerables por sus respectivos biógrafos, como Ana Pastor, María Jacinta Enguídanos o Clara de Jesús María, a la que pretendo rescatar como escritora y no como modelo de conducta. Sus vidas han sido de obediencia ciega a sus confesores, que las han guiado por caminos de disciplina extrema y negación constante de su personalidad. A Clara su confesor la llama “la humilde y blanca oveja” y aplaude que, desde niña, los sacerdotes la sometan a sacrificios impropios para su edad.  Este confesor que se presenta como autor, en realidad, lo que hace es comentar en digresiones morales con un estilo barroco, oscuro y cargante, lo escrito en primera persona por la protagonista, Clara. Ella es, por tanto, la auténtica autora de su biografía. Al menos, el supuesto biógrafo entrecomilla el texto de su pupila y podemos leer con claridad lo que ella nos cuenta de manera sencilla, además de descubrir a una auténtica escritora conquense de la que no se tenía noticia. La autora reflexiona sobre el proceso de la escritura, nos habla del tiempo y del lugar en el que escribe, etc.

 En cuanto a Ana Pastor, pese a la retórica de su biógrafo, puede escucharse su propia voz reclamando mayor protagonismo social de la mujer en la iglesia. No le satisface la predicación del sacerdote y exclama: “Oh, si yo pudiera ponerme en un púlpito y decir lo que conozco …”   (Pág. 214) Como en otros casos, su condición de mujer le trae bastantes problemas a Ana con el género masculino. Son varios los hombres y los casos en los que intentan abusar de ella a lo largo de su vida.

De otra de las presuntas santas conquenses, Jacinta Enguídanos, el mayor de los milagros que se cuentan, y en mi opinión el más verosímil, es el de convivir con un hermano loco, a quien nadie se atreve a acercarse salvo Jacinta, a la que obedece mansamente. En su vida se aprecia mayor libertad de la que tiene la mujer en su época, entra y sale de su casa sola para cuidar a los enfermos, aunque sea requerida a altas horas de la noche. En su pueblo, Casasimarro, del que no salió nunca en los 33 años que vivió, tienen memoria de ella, a pesar de que durante la guerra civil sus restos fueron quemados y aventadas las cenizas para hacer desaparecer el mito de que había muerto en olor de santidad.

Como ella hay muchas más mujeres con vida religiosa intensa, la diferencia es que Jacinta hay una biografía escrita por el padre José Clemot. De otras en cambio solo conocemos el nombre y una breve reseña de su existencia, insuficiente para dedicarles un capítulo del libro. Por ejemplo, Sabina de Vidal, de la que habla Sara T. Nalle en su libro Dios en la Mancha (Pág. 228). En su casa de Cuenca se reunía un grupo de beatas y vestían el hábito de la Orden Tercera de Franciscanos. Quizá futuras investigaciones, puedan decirnos más cosas acerca de Sabina y su grupo de beatas. Según la investigadora Nalle, el origen de estos grupos de mujeres se debía a que no podían pagar la dote requerida para entrar en un convento. Algo muy distinto al origen del beguinato europeo, mujeres, las beguinas, con medios económicos sobrados, que llevaban una vida religiosa fuera del monacato, con total libertad e independencia.

Otra mujer destacada que nos presenta el libro Dios en La Mancha, es una monja llamada Ana de Mendoza, autora de unas letrillas satíricas muy interesantes, de las que hay muestras en el Archivo provincial conquense.

Más mujeres que me pareció interesante recogen en el libro, aunque tuviera poca información sobre ellas, son María de Albornoz, Antonia Eslava o las hermanas Valdés. En el caso de estas últimas su importancia deriva de ser las “hermanas de” y aparecer en los testamentos de sus ilustres hermanos Alfonso y Juan de Valdés. Además de en otros documentos de la época como contratos matrimoniales, de compraventa, herencias, bautizos, etc. Sobre todo el caso de Margarita Valdés es bastante intrigante.

Para María de Albornoz, al tener pocas fuentes históricas, me he valido de la literatura: la novela de Larra, en la que no sale bien parada, y sobre todo en los prólogos de los libros de su marido, Enrique de Villena, conocido como el Nigromante, señor de Iniesta, que escribió la mayoría de sus libros en esta localidad y en el castillo de Torralba, propiedad de su mujer. Deducimos la importancia de María como señora de Albornoz por el poder que tenía este cargo nobiliario en los siglos XIV y XV, poder para mandar ejércitos, hacer justicia, administrar y gobernar las amplias tierras que constituían su señorío.

 En cuanto a Antonia Eslava, la única escritora de la que tenemos noticia en la Cuenca del Siglo de Oro, según el Diccionario de Personajes conquenses de H. Priego y J.A. Silva, de la que solo se conserva una quintilla, sin embargo, aparece como destinataria de una de las famosas cartas de Francisco de Cascales.

Quizá el hecho de ser modelo de pintores, como lo es Agustina Escudero Heredia, no se considere mérito suficiente para dar nombre a una calle. Desde luego no se lo merece tanto como Luisa Sigea, Magdalena de Santiago, Juliana Izquierdo, Acacia Uceta, Ángeles Gasset, Carmen Diamante o Elisa Lumbreras. Pero quizá su hija, también bailarina y modelo como ella, además de actriz del cine mudo en Francia, sí. Al menos la historia de ambas, que cuenta un escritor irlandés que las conoció, me pareció llamativa y digna de recordarse.

En otras mujeres la relación con Cuenca es quizá menor, por ejemplo, en Elena de Céspedes. Lo poco que se sabe de ella, relacionado con Cuenca, es que ejerció la medicina durante algún tiempo, con el título de cirujano bajo el nombre masculino de Eleno de Céspedes. Hay novelas sobre ellas y artículo de periódicos que la han resucitado recientemente como el primer caso conocido de travestismo.

De la escritora Carmen Bravo-Villasante, tenemos su legado en la biblioteca de la universidad de CLM, campus conquense. A nuestra ciudad vienen investigadores sobre ella y sobre literatura infantil, ya que tenía la mejor colección de literatura universal del género infantil, depositada en sus fondos.

De los 40 capítulos que contiene el libro solo tres viven todavía, Las pintoras María Luisa Chico y Sara T. Nalle, también investigadora y la mujer que más sabe sobre la historia religiosa de Cuenca y su provincia, y la artista conceptual, performer y Medalla Nacional al Mérito de Bellas Artes, Paz Muro.

 

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